Miliki nos cuenta como conoció a Buster Keaton

Corría el año 1963. Mis dos hermanos, Gaby, Fofó y yo habíamos escogido la ciudad de Chicago como centro de operaciones. La razón de instalarnos en Chicago en lugar de Nueva York, se debía a que en Chicago se celebraban diariamente trescientas convenciones con espectáculos.

En aquellos años, en Estados Unidos sólo tenías dos opciones: o Nueva York y Los Angeles –donde había poco trabajo, pero la oportunidad de destacar y dar el gran salto a la fama– o, por el contrario, Chicago, donde era difícil lograr la fama, pero con la garantía de trabajo asegurado.

Nuestra fortuna y 18 años de lucha y esfuerzos, habían quedado atrás, en Cuba. Por otro lado, entre los tres hermanos movíamos una familia de veintidós personas, y Chicago nos aseguraba la supervivencia.

Un feliz día recibimos dos llamadas: una de Telemundo, Canal 2 (nuestra casa en San Juan de Puerto Rico); y otra de nuestro agente en Chicago, Marcus Gleaser, ofreciéndonos una gira de tres meses por los estados del Sur, junto a Buster Keaton. ¡Cómo dejar la oportunidad de convivir durante tres meses con quien fue nuestro ídolo en la niñez!



La gira comenzaba en Topeka, la capital del estado de Kansas. Sam Levy, el productor del espectáculo, tuvo el tacto y la gentileza de organizar una cena para que conociéramos a Buster Keaton la noche anterior al debut. En un agradable ambiente nos sentamos Buster, la señora Keaton (con quien más tarde haríamos sincera y entrañable amistad), Gaby, Fofó, Sam Levy y un servidor.

Al repartir el “maître” las cartas del menú, la señora Keaton dijo que Buster no necesitaba carta, pues ella iba a decidir lo que él comería. Automáticamente Buster puso cara de mártir: la especialidad de la casa era “hush puppies”, una especie de croquetas de pescado y marisco –veneno para Buster– y que no los iba a oler.

Buster utilizó todas las artimañas para conquistar a su mujer y poder comer aquello; hasta se arrodilló y juntó las manos implorando. Ella se puso las gafas y se cubrió el rostro con el menú para no verle. Buster, riéndose ante lo evidente,  se enderezó en la silla y nos explicó, en la más perfecta actuación mímica que he visto en mi vida, los sufrimientos del hombre ante la actitud tiránica y dictatorial de su mujer. Ella asomó la cara por encima de la carta, y contagiada por nuestras risas y ante la actuación de Buster, no tuvo más remedio que permitirle tomar “hush puppies”.

La prueba de la gran influencia del circo en aquellos cómicos, queda patente en las producciones que ellos dedicaron al inmortal espectáculo.

Conforme nos adentrábamos en el sur del país, más insistían las autoridades en que no saliéramos de los hoteles o moteles donde nos hospedábamos, en razón de la inseguridad que sufrían las ciudades por los enfrentamientos raciales.

Aquella situación nos obligaba a desayunar, comer y cenar en las cafeterías de los moteles. Al segundo día, los tres hermanos nos hicimos con unas barbacoas individuales Hitachi, que nos permitieron asar unos suculentos filetes en el exterior del Holiday Inn. El tercer día toda la compañía tenía su barbacoa individual, incluidas las veinticuatro “rockets” (bailarinas del Radio City Music Hall de Nueva York).

Producto de aquella situación fue una de las más originales e inolvidables cenas de nuestra vida. Buster ordenó asar cinco diminutos pollitos “cornish”, que nos sirvió en su habitación. Puesto que el espacio era reducido, la cena fue servida en una vajilla de juguete. En la sobremesa, Buster nos deleitó interpretando canciones de “soul”, acompañado de un “ukelele”, al tiempo que nos explicaba los orígenes de aquella música.

La velada finalizó brindando con una copa de “bourbon” sureño, con la promesa por parte de Buster de ser nuestro anfitrión en una próxima visita a los estudios de cine de Hollywood.

Desafortunadamente nuestros compromisos de trabajo en el Medio Oeste nos impidieron cumplir la visita. Poco antes de fallecer Buster, recibí una tarjeta postal suya que representaba una plaza de toros. Cada vez estoy más convencido: el secreto de las grandes personalidades radica en su sencillez.

Todavía me acuerdo de algunas conversaciones con él. En aquellas mañanas de piscina y noches de cafetería de Motel, razonamos con Keaton lo importante que fue el Circo y el Music Hall para los cómicos en los principios de la industria cinematográfica.

Nosotros, los tres hermanos, a pesar del sabio consejo que nos había dado nuestro padre, don Emilio Aragón, que nos recomendaba ver a un buen cómico una sola vez, de manera que no influenciase en nuestra personalidad de payasos, a los profesionales de la comedia en cine los vimos y estudiamos con mucha frecuencia.

En razón de nuestro género, los más admirados fueron Keaton, Chaplin, Laurel y Hardy, los hermanos Marx, Abbott y Costello, Dany Kaye y Dean Martin y Jerry Lewis. En todos ellos pudimos observar la relación por herencia y la utilización del material clásico e histórico de los grandes clowns europeos de finales de siglo XIX y principios del XX.

Las famosas entradas de Grock, Les Fratellini, Antonett, Baby, Joey Grimaldi, Philippe Deburau, Pepino. Todas aquellas situaciones y material, por supuesto adaptado al nuevo medio, pudimos descubrirlo en el trabajo de los nuevos cómicos que nos ofrecía el celuloide en las primeras décadas del siglo XX.

Los más recurrentes a este material fueron, sin duda, Chaplin, Laurel y Hardy, y Abbott y Costello. En la película Candilejas (1952), Chaplin y Keaton interpretan una entrada clásica basada en un concierto de piano. Esta entrada fue una creación de Grock, el gran Augusto suizo a quien Chaplin admiraba.

La prueba de la gran influencia del circo en aquellos cómicos, queda patente en las producciones que ellos dedicaron al inmortal espectáculo. “El circo”, filmada por Chaplin en 1928; “El Rey del Circo o Domador por amor” (de Édouard-Émile Violet), interpretada por el gran cómico francés Max Linder en 1924; “The Marriage Circus” (Edgar Kennedy y Reggie Morris), interpretada en 1925 por Ben Turpin; “Circus Today” (Lloyd Bacon y Del Lord), rodada en 1926 con Billy Bevan; “El perfecto payaso” (Fred C. Newmeyer), film que interpreta en 1925 Larry Semon, más conocido en España y en aquella época como Jaimito. El propio Keaton interpretó junto a la actriz Anita Page el film titulado “Estrelladas”, dirigido por Salvador de Alberich y Edward Sedgwick en 1930.

Pero los cómicos que más entradas adaptaron al cine fueron Abbott y Costello. En Abbott y Costello hemos podido ver la entrada clásica de clowns titulada “El muerto vivo” en “Agárrame ese fantasma” (Arthur Lubin, 1941), donde las velas corren solas por una mesa de despacho y las sábanas de una cama corren arriba y debajo de la cama por sí solas. O las escribía un experto, o contaban con un viejo clown europeo como consejero.

Por supuesto que en todo esto no había nada criticable. Aquello que ellos llevaron del circo al cine, nosotros, y de la propia cosecha familiar, lo llevamos a la televisión en nuestras Aventuras.

Compartir con aquel gran hombre que fue Buster Keaton todas aquellas experiencias fue una ventura reservada únicamente para algunos privilegiados. Y  el haber sumado algunas de las maravillosas creaciones de los payasos antiguos, del circo y del cine a nuestros espectáculos, un honor y una  suerte, pues así se mantuvieron vivas para las     generaciones sucesivas, que no pudieron verlas personalmente… en el circo, claro, porque, gracias a Dios, la de los payasos del cine estarán siempre a disposición de la humanidad.

 

Por Emilio Aragón “Miliki”

(Emilio Aragón “Miliki”, uno de los tres payasos que formaron el grupo Gaby, Fofó y Miliki, escribió este artículo para la revista AGR en diciembre de 2002. En los últimos años de su vida actuó por su cuenta, tanto en televisión como en teatros e incluso circos. Fue Embajador del Comité Español de la UNICEF)

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el cantor de jazz 1927Piezas de colección notables (todas originales), además de documentos históricos de primer orden. De momento, programas de mano, carteles (póster o afiches) y fotografías. Los primeros representan al coleccionismo más extendido debido a su pequeño tamaño y al número de coleccionistas que hay. El póster personifica un cuadro que puede colgarse y de hecho se cuelga en muchos hogares e instituciones públicas y privadas.

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