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Repasamos algunos de los títulos y autores cinematográficos que han tenido a La Muerte como personaje en sus ficciones. De "El perjuro" (1914) a "¿Conoces a Joe Black?" (1999). Tranquilos, este artículo no da miedo.
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Cuando queremos recordar a La Muerte como personaje cinematográfico, nos viene –a los cinéfilos– enseguida la imagen de esa Deidad tenebrosa que aparece en 1957 vestida de absoluto negro en “El séptimo sello” de Ingmar Bergman (también autor del argumento). Su figura y su albino rostro, a los que da vida el actor sueco Bengt Ekerot, nos sobrecoge e intimida cada vez que lo vemos jugando la partida de ajedrez con el otro protagonista de esta apabullante película: Max von Sydow.
Más suavizada La Muerte de “¿Conoces a Joe Black?”. La película que rueda Martin Brest en 1999, basándose en la obra de Alberto Casella “Death Takes a Holiday”, se adapta a la de un personaje más campechano y cordial. Muy parecido a como lo imaginan –desearían que fuera así– muchos contemporáneos de la película. Y si además lo colocamos en la piel y el rostro de Brad Pitt, bienvenida sea...
Aunque al personaje que interpreta Anthony Hopkins, le gustaría que retrasara más la hora del viaje que debe hacer con Él o Ella. Hasta su hija se enamora de esta Muerte tan atractiva, si no fuera porque nos lleva a la fuerza. Pero mientras la de la película de Bergman arrastra a su Morada al cruzado y a quienes se han movido a su alrededor, en la de Brest se despide con un castillo de fuegos artificiales.
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La Muerte como tal no es un personaje muy atractivo para la taquilla. Aunque según cómo la vistan, puede hasta resultar negocio. Ya lo hemos visto en los dos ejemplos anteriores. Desconocemos si lo fue en su primera aparición cinematográfica, que nosotros sepamos: “El perjuro” se llamaba esta ópera prima sobre La Muerte.
Fue filmada en 1914 en los primitivos estudios italianos de Turín, con Carlo Emilio Barbieri, Leda Gys y Fulvia Perini de protagonistas. Sabemos que está en la línea de muchas producciones de esos años (con apenas 30 minutos de metraje), en las que se enfrentan bandas de buenos y malos por dinero o poder. Al final, La Muerte sale con guadaña y todo y se lleva a su Morada a todos aquellos que han saltado por los aires –que son los bandidos– a causa de una explosión.
Y del cine italiano al alemán del Expresionismo. Son los alemanes y el cine nórdico, con su pasión por lo gótico y macabro, quienes más películas han rodado sobre este argumento. Dos obras nos recuerdan a La Muerte como protagonista: “Hilde Warren und der Tod”, filmada por Joe May en 1917 y “Las tres luces” que Fritz Lang estrena cuatro años después. Éste último es igualmente el autor del argumento de la de May. Y en ambas aparece La Muerte: en la primera interpretada por Georg John, y en la segunda por Bernhard Goetzke.
Dos magníficas películas, sobre todo la que dirige Fritz Lang, con guión propio y de su esposa, Thea von Harbou. Dice el historiado español Carlos Fernández Cuenca (“El cine alemán. Filmoteca Española 1961) que “Con “El gabinete del Doctor Caligari” y “Madame Dubarry”, forma la gran trilogía que despertó la atención mundial hacia la nueva cinematografía alemana”.
La aparición en 1921 de “La carreta fantasma” , de Victor Sjöström, que el cochero de La Muerte pasea por las oscuras tierras nórdicas, recogiendo a los que van muriendo de forma trágica, supuso un salto en la Historia del Cine, al menos desde el punto de vista de la plástica y el diseño del escenario. Pero también por su argumento, basado en la novela de Selma Lagerlöf.
Ese lúgubre cochero que es sustituido cada 31 de diciembre por el último que muere en pecado, cuando empiezan a sonar las campanadas de medianoche, además de sobrecoger al público y hacer de la película un éxito mundial, cautivó al mundo de la Cultura de la época, quien no dudó, a partir de ese momento, de coronar al cine como una nueva Arte –la Séptima la definió Riciotto Canudo también por esas fechas–.
Además, desde el punto de vista temático, abrió un nuevo camino al cine fantástico y de terror. Hoy se nos antoja bellísima la escena en la que el cochero, en sobreimpresión, camina con su carreta por encima de las aguas embravecidas del mar para recoger el alma del ahogado. Y en 1921 debió ponerle los pelos de punta al público, igual que cuando vieran la escena inmediatamente anterior, llevándose en brazos al suicida delante del espejo de su casa.
Existe una versión posterior francesa, la que Julien Duvivier filma en 1939 con el título de “La charrette fantôme”. En la del sueco es el propio Sjöström quien da vida a David Holm, el cochero, mientras que en la de Duvivier lo hace Pierre Fresnay. Muda la primera, sonora la segunda. Es la sueca la que realmente pasa a la Historia del cine, aunque la segunda tenga méritos suficientes, sobre todo por la interpretación, de ser visionada de nuevo. En la clasificación de las mejores películas de la historia que se hizo en la Exposición Universal de Bruselas de 1959, la película de Sjöström logró la vigésimo primer plaza, con 21 votos.
En la misma línea de argumentos macabros, aunque con la moraleja zorrilligesca de la salvación in extremis del alma del protagonista malvado, gracias al amor de una mujer capaz de engañar a La Muerte, se encuentra la película que el cineasta alemán Frank Wisbar rueda en 1936 con el título de “Fährmann Maria”. Aquí La Muerte, encarnada por el actor Peter Voß, participa en una danza escalofriante por medio de la cual la mujer salvará al protagonista condenado.
También en español se ha abordado La Muerte en el cine, y como no podía ser de otra forma, es en México –el país donde se ríen y juega con ella– donde la encontramos en el argumento de una bella película de Roberto Gavaldón titulada “Macario”, filmada en 1960. El protagonista es un hombre humilde que sueña con darse un gran banquete y cuando lo consigue no sabe que entre sus invitados tiene sentado a la mesa a La Muerte. Ignacio López Tarso y Enrique Lucero dan vida a los respectivos personajes.
La segunda presencia de La Muerte en el cine de habla española, la encontramos en “El lado oscuro del corazón”, una película que el director argentino Eliseo Subiela rueda en 1992. Se basa en diversos poemas de los escritores Mario Benedetti, Juan Gelman y Oliverio Girondo. En ella, La Parca, la protagoniza la actriz Nacha Guevara (la primera vez que nosotros sepamos que la interpreta una mujer).
Hay una película de triple nacionalidad –francesa, española e italiana– que lleva un título que insinúa un cierto cansancio. Se llama “La Muerte viaja demasiado” y la dirigen José María Forqué, Claude Autant Lara y Giancarlo Zagni, abordando cada uno una historia ligada con ella. Aunque es la del último en la que es protagonista total: “da vida” (¡qué absurdo!) a una viuda que acude al anuncio puesto por un terrateniente para contraer matrimonio.
La última Parca cinematográfica hace acto de presencia en “The Cursed Man”, una película que la está rodando actualmente en Estados Unidos James L. Perry. Un título del género terrorífico en el que La Muerte se ha enamorado del protagonista, de tal forma que todo aquel que tiene una relación afectiva con él, se lo acaba cargando. También aquí, la interpreta una mujer: la actriz Maritza Brikisak.
Podíamos situar a La Muerte, invisible sí, pero al fin y al cabo real, en las escenas de las dos entregas que se nos han hecho de “Los diez mandamientos” (ambas dirigidas por Cecil B. DeMille, en 1923 y 1956), sobre todo en la segunda, cuando El Ángel de La Muerte” siega la vida de los varones primogénitos de las familias egipcias al impedir el Faraón que los judíos cautivos en Egipto vuelvan a su tierra.
Y seguramente también la adivinemos en la figura siniestra de Don Gonzalo de Ulloa, el padre de Doña Inés, destripado por Don Juan al principio de su “Don Juan Tenorio” (que ha merecido varias versiones cinematográficas). Como el cochero de “La carreta fantasma” es la personificación de La Muerte que, en este caso, quiere llevarse al amante rondador a los infiernos. Doña Inés lo impedirá. Lo dejamos a su juicio (@ AGR).
Piezas de colección notables (todas originales), además de documentos históricos de primer orden. De momento, programas de mano, carteles (póster o afiches) y fotografías. Los primeros representan al coleccionismo más extendido debido a su pequeño tamaño y al número de coleccionistas que hay. El póster personifica un cuadro que puede colgarse y de hecho se cuelga en muchos hogares e instituciones públicas y privadas.
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