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En la antigua Grecia, dos artistas –Parrhasios y Zeaxis-, se retaron mutuamente para comprobar cuál era capaz de pintar la imagen más real. La tradición dice que este último pintó unas uvas tan veraces que un pájaro se acercó a picotear la jugosa fruta. Pero cuando Parrhasios invitó a su rival a descubrir la tela que cubría su obra, Zeaxis comprobó con estupor que ésta no era autentica, sino una imagen pintada. El triunfo parece así decantarse del lado de Parrhasios, ya que su rival sólo fue capaz de engañar al ojo de un ave, mientras que éste consiguió confundir al ojo humano.
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Esta anécdota sobre la pintura griega o los trampantojos barrocos, son dos buenos ejemplos de cómo nuestra tradición pictórica ha emulado la realidad en multitud de ocasiones. Estas recreaciones realistas –no confundir con meras copias de la naturaleza, ya que eliminaríamos su valor creativo–, parecen entrar en crisis a finales del siglo XIX con la eclosión de la pintura abstracta.
Sin embargo, con el nacimiento del arte cinematográfico, surge un nuevo campo de trabajo para aquellos artistas “enamorados” de la realidad que, a lo largo del siglo XX, crearán algunas de las imágenes más bellas y conocidas de nuestra cultura audiovisual. Así, la majestuosa mansión de Xanadú en “Ciudadano Kane” (Orson Welles, 1941) o la mágica ciudad esmeralda de “El mago de Oz” (Victor Fleming, 1939) son en realidad “trucos” cinematográficos, cristales pintados creados para engañar al ojo del espectador.
Estos artistas fueron bautizados en Hollywood como “wizards” (magos), dada su capacidad para recrear, con total verosimilitud, cualquier escena concebida por la imaginación de los guionistas.
En España vivió uno de estos magos, Emilio Ruiz del Río que, con más de 450 películas a sus espaldas, siguió en activo hasta su muerte (14 de septiembre de 2007). Se introdujo en el cine de la mano del decorador Enrique Salvá, en los madrileños estudios Chamartín, donde trabajó en la película –segunda versión- de Florián Rey, “La aldea maldita” (1942). A este título le siguieron otros y pronto el resto de los estudios de la capital (Sevilla Films, CEA, Ballesteros, Roptence) reclamaron sus servicios, lo que permitió a Emilio rodar a las órdenes de directores como Luis Lucia, Juan de Orduña, Rafael Gil o José María Forqué.
Con la llegada de los americanos e ingleses a España, algunos técnicos nacionales tuvieron la posibilidad de iniciar una carrera internacional. De este modo, Emilio Ruiz participó en títulos míticos como “Mr. Arkadin” (1955) de Orson Welles; “Lawrence de Arabia” (1962) y “Doctor Zhivago” (1965) de (ambos) David Lean; “Rey de Reyes” (1961) y “55 días en Pekín” (1963) de Nicholas Ray los dos; “El fabuloso mundo del circo” (1964) de Henry Hathaway, “El Cid” (1961) y “La caída del Imperio Romano” (1964) de Anthony Mann (ambos); o “Golfus de Roma” (1966) de Richard Lester.
Su buen hacer en diversos trucajes cinematográficos –desde cristales pintados hasta maquetas corpóreas- llamó la atención de los productores italianos, lo que le permitió trabajar alternativamente en Italia y España entre los años 1965 y 1980.Su buen hacer en diversos trucajes cinematográficos –desde cristales pintados hasta maquetas corpóreas- llamó la atención de los productores italianos, lo que le permitió trabajar alternativamente en Italia y España entre los años 1965 y 1980.
En nuestro país colaboró con el director Juan Piquer en una serie de títulos de serie “B”, destinados al cine infantil y juvenil, que contaron con una amplia difusión internacional, tales como “Viaje al centro de la tierra” (1976), “La isla de los monstruos” (1981), “Supersonicman” (1979), “Slugs, muerte viscosa” (1987) o “La grieta” (1990). En Italia participó en proyectos tan ambiciosos como “El humanoide” (1979) de Alberto Lado, superproducción de ciencia ficción europea que alternaba el rodaje en decorados en el interior de los estudios Cinecittà, con exteriores filmados en Israel.
En 1980 Emilio es contratado por De Laurentiis para realizar diversas maquetas en “Conan el Bárbaro” (John Milius, 1981). Tres años después, la productora le reclama para participar en “Dune” (David Lynch, 1984), uno de sus trabajos más logrados, realizando para la ocasión, entre otras, la maqueta del palacio Arrakeen, la nave Atreides, el castillo Caladan, la nave Harkonnen, la ciudad Arrakeen y la nave de los Guil Navigator, además de diversas escenas panorámicas que debían contener multitudes en las que, el limitado número de extras, se completaba con miles de pequeños muñecos.
La calidad de este trabajo impresionó a Dino de Laurentiis, que decidió incorporar a Emilio Ruiz a su productora de modo permanente. Esto le permitió trabajar en “Conan II el destructor” (1984) y “Red Sonja” (1985), ambas dirigidas por Richard Fleischer, y en dos películas basadas en novelas de Stephen King tituladas “Los ojos del gato” (Lewis Teague, 1985) y “La rebelión de las máquinas” (Stephen King, 1986), llegando incluso a trasladarse a China para rodar “Taipan” (Darryl Duke, 1986).
Terminado el contrato con el productor italoamericano, Ruiz se incorporó al rodaje de “La revolución francesa” (Robert Enrico y Richard Heffron, 1989), otro de sus trabajos más notables, construyendo maquetas corpóreas de la Bastilla, el Campo de Marte o del Hôtel de Ville.
Tras esta colaboración, Emilio Ruiz sigue participando en películas como “Acción mutante” (Álex de la Iglesia, 1993), por la que la Academia le concedió su primer Goya, “Territorio comanche” (Gonzalo Herrero, 1997), “La niña de tus ojos” (Fernando Trueba, 1998) o “Soldados de Salamina” (David Trueba, 2002).
“Una solución para cada caso”. Esta es la frase con la que Emilio Ruiz define su trabajo. Al contrario de lo que pudiera parecer a primera vista, la parte más compleja de su labor no es la construcción de laboriosas maquetas, ni su notable técnica pictórica aplicada a los cristales pintados.
Lo que convierte a Emilio en un verdadero artista es su capacidad para jugar con la realidad, su maestría para imaginar el modo en que, con el menor costo posible, sus trucajes se entrelacen con la realidad física, complementándola y transformándola hasta crear un todo en que realidad y ficción no puedan distinguirse.
Así, por encima del valor artesanal que indudablemente poseen sus creaciones, la labor de Emilio Ruiz es un trabajo mental muy parecido al de los grandes pintores realistas de la Historia del Arte, que construyen sus imágenes a partir de conceptos abstractos como son el espacio, el color, el ritmo y las formas, extrayéndolos de la realidad y manipulándolos hasta conseguir una imagen que, a pesar de parecer natural, es una construcción ficticia, meditada, sin nada dejado al azar...
Esta compleja labor era fruto de la experiencia y de un conocimiento profundo de disciplinas tan diversas como el dibujo, la perspectiva, la pintura, la escultura, la iluminación escénica y la fotografía cinematográfica.
Para que la mente del espectador perciba como real una imagen construida, Emilio recurría a todo tipo de trucajes. Entre ellos cabe destacar la utilización de cristales pintados, cristales combinados con espejos, maquetas pintadas en chapa de aluminio –invención propia durante el rodaje de “Cruz de Mayo” (Florián Rey, 1954– y todo tipo de maquetas corpóreas, tanto fijas como móviles: trenes, puentes levadizos, barcos…
Asimismo, Ruiz fue también el creador de un sinfín de pequeños trucos destinados a dotar de movimiento y, por tanto, de verosimilitud, a los pequeños muñecos que incluye en las escenas de masas.
Muchas de sus maquetas, incluidas en anuncios publicitarios y producciones cinematográficas, son asumidas por el espectador como logros de la moderna tecnología digital, como si ésta fuese la panacea de todos los trucajes cinematográficos, cuando en realidad son trucos tan antiguos como el propio cine o, al menos, tanto como George Méliès y Segundo de Chomón.
La historia de las maquetas y de los cristales pintados es, por tanto, parte fundamental –y hasta la fecha en gran medida desconocida– de la Historia del Cine y, como ya dije al comienzo de este trabajo, la responsable de la creación de una gran parte de las imágenes realistas del imaginario colectivo del siglo XX.
Así, a la lista de artistas del pasado como Zeaxis, Parrhasios, los hermanos Carraci, Velázquez, Bernini o Sánchez Cotán, por nombrar sólo algunos, deberíamos sumar, en el siglo pasado, a figuras como Méliès, Chomón, Mario Larrinaga, Norman Dawn, Willies O´Brien, Warren Newcombe, Albert Whitlock, Chesley Bonestel o Emilio Ruiz.
Todos ellos han sabido jugar con la realidad, manipularla a su antojo y recrearla engañando al ojo humano. Fruto de su trabajo es la verosimilitud cinematográfica que nos ha hecho soñar a todos, una muestra de la cual la ofrecemos en las imágenes que ilustran el artículo.
(Este trabajo fue publicado en la revista AGR Coleccionistas de Cine número 16, impresa en diciembre de 2002 y perteneciente a nuestra editorial El Gran Caid. Su autor, Asier Mensuro, es licenciado en Historia del Arte por la UCM).
Piezas de colección notables (todas originales), además de documentos históricos de primer orden. De momento, programas de mano, carteles (póster o afiches) y fotografías. Los primeros representan al coleccionismo más extendido debido a su pequeño tamaño y al número de coleccionistas que hay. El póster personifica un cuadro que puede colgarse y de hecho se cuelga en muchos hogares e instituciones públicas y privadas.
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