Nadie más que ella, hasta la llegada de Marilyn (por otras razones, y fue después de muerta), pudo presumir de tener todo el mundo –literalmente hablando– a sus pies. Incluso cuando abandonó el cine, a los 35 años, después de rodar “La mujer de las dos caras” en 1941 a las órdenes de George Cukor, siguió siendo la actriz y la mujer de la que más se hablaba en la prensa.
Prácticamente hasta su fallecimiento, ocurrido el 15 de abril de 1990 en Nueva York (había nacido el 18 de septiembre de 1905 en Estocolmo), Greta Garbo fue la única actriz de la Historia del Cine que consiguió imponer sus criterios y sus opiniones a Hollywood.
Ningún productor antes o después de ella se dejó llevar por las divas y divos que fueron surgiendo con el paso de los años. Pero ella sí pudo hacerlo, incluso con el arisco y dominador Louis B. Mayer, para quien trabajó casi todo tiempo como actriz en la Metro Goldwyn Mayer.
Greta Lovisa Gustaffson, más conocida por Greta Garbo –nacida en el Hospital Meridional de la Maternidad de Estocolmo–, hubiera cumplido 110 años este mes. Y aunque sigue siendo una referencia cinematográfica entre los aficionados al cine, ha ido perdiendo brillo con el paso del tiempo.
Incluso sus películas –verdaderos dramones, aunque cinematográficamente impecables, gracias a los cineastas que los dirigieron– sólo se recuerdan en las retrospectivas de los festivales y entre los fans del cine clásico. También el canal videográfico sigue vendiendo sus películas en paquetes que incluyen su cine mudo y sonoro.
La historia no perdona, y como decíamos antes, ahora la única actriz de las de antes que mantiene en lo más alto su pedigrí es Marilyn Monroe. Y en eso tiene que ver mucho John F. Kennedy. También el glamur de alguna de sus películas, pero algún día el polvo también acabará ocultándola.
Volvamos a Greta, Es curioso, pero mientras que la amante del Presidente de EE.UU. ha sido objeto de bastantes películas, la sueca no tiene ninguna (que nosotros sepamos). Y su vida da para más que un guión: en su día fue noticia impresa en millones de páginas de periódicos, revistas o libros, y centenares de emisoras de radio transmitieron en forma de cotilleos y sensacionalismos sus idas y venidas cuando era actriz y cuando dejó de serlo (incluso más en esta segunda época).
Desde que abandonó el cine, hasta su muerte, los pasó huyendo de la publicidad, escondiéndose de los periodistas, mudándose continuamente de casa y hotel, refugiándose detrás de impenetrables gafas oscuras y multitud de nombres falsos. Y para este ocultamiento se cambió de nombre continuamente.
Fue indistintamente, entre otros muchos seudónimos, Emili Clark, Harriet Brown, Mary Holmquist, Karin Lund, Gussie Berger o Jane Emerson. Y para la prensa internacional, sobre todo la del corazón, fue una deporte cazarla por las calles de París, Roma, Londres o Nueva York (algo así como, muchos años más tarde, hicieron con la princesa Diana).
Y ese auto encubrimiento le llevó a convertirse en un ser misterioso, casi un fantasma, que aparecía de vez en cuando por algún restaurante conocido neoyorquino, donde se aglomeraban centenares de “paparazzi” para sacarle una fotografía.
¿Pero quién fue, en verdad, esta mujer prodigiosa, artista celebrada por multitud de públicos, que a sus 25 años, cuando iba a exhibirse por primera vez una película sonora suya (“Anna Christie” de Clarence Brown, 1930), mantuvo en vilo a medio mundo, a la espera de oírla hablar?
Los productores de la Metro Goldwyn Mayer habían seleccionado cuidadosamente el argumento, basándose en una conocida obra homónima de Eugene O’Neill. Era la historia de una mujer sueca que vivía en los Estados Unidos desde niña, por lo que su acento pudo justificarse. El escritor Richard Watts, tras ver la película, dijo: “Su voz se revela como una profunda, ronca y gutural voz de contralto, que ha hecho de esta esquiva dama sueca la más destacada actriz del mundo del cine”.
Los ejecutivos de la Metro tenían miedo a la reacción del público. El cine sonoro había echado por tierra algunos de los más importantes mitos del mudo, a los que se creía indestructibles, sólo por la voz. ¿Resistiría la Garbo las pruebas del sonido? Para la productora, un fracaso podría descabalar las cuantiosas inversiones que tenían alrededor de ella.
Para la actriz significaba acabar una carrera de tanto prestigio. El resultado fue de locura: el público aplaudió a la Garbo hablando. Y la siguió aplaudiendo durante trece películas más, aferrados a una diva que en sus gestos y en su pose asemejaban ocultamente los de la Venus de Milo.
Greta Garbo llegó a ser la actriz mejor pagada de Hollywood. Con fama de tacaña y ahorradora, según la opinión de varias personas cercanas a ella, entre las cuales J. Gustav, su mayordomo durante mucho tiempo, se retiró del cine multimillonaria en dólares. Sus películas produjeron cuantiosos beneficios.
Hasta llegar a ganar los 250.000 dólares, que a partir de 1932 acuerda su representante, Harry Edington, con los ejecutivos de la Metro por cada película interpretada (a dos por año), la actriz había luchado con fuerza para ir mejorando su «status» laboral con Mayer.
El primer contrato que obtuvo, antes de embarcarse para los Estados Unidos con su mentor y protector, el realizador sueco Maurice Stiller, fue de 350 dólares por semana, durante tres años, que se hizo oficial el 10 de septiembre de 1925, casi dos meses después de llegar a Nueva York a bordo del «Drottninghol», el 6 de julio.
Era un sueldo alto, pues por entonces, la actriz apenas si era conocida por un número relativamente bajo de espectadores europeos, que la habían contemplado en “La leyenda de Gosta Berling” (Maurice Stiller, 1923) y “Bajo la máscara del placer” (Georg Wilhelm Pabst, 1925), en papeles secundarios.
Ganaba por aquellos años unas 1.500 coronas suecas, bastante más de lo que obtuvo por la firma de su primer contrato- cinematográfico, en 1922, con el director y productor sueco Erik Petschlen, para interpretar la película “Luffar-Petter”, por la que apenas recibió unas cuantas coronas.
Los 350 dólares por semana se convirtieron en 5.000 a partir del 1 de junio de 1927 y en 6.000 un año después, hasta la conclusión del contrato, en junio de 1932, fecha en que la actriz se retira a su patria para descansar unos meses con su familia. A su regreso a EE.UU. fue cuando su agente, el citado Edington, le consiguió el fabuloso contrato de 250.000 dólares por película.
Dato curioso: Harry Edington, que era también representante del actor John Gilbert, uno de los amores de la actriz sueca (estrella del mudo que se “estrelló” por culpa de su mala voz a la llegada del sonoro), no le cobró el 10 por ciento sobre dicha cantidad, salario habitual de los agentes, “Porque –decía él– Greta Garbo es un artículo de prestigio, que me ayuda con su nombre para tener más clientes”.
En realidad, ningún intérprete había hecho lo que ella: enfrentarse con Louis B. Mayer en noviembre de 1926 (aún tenía a Edington) por cuestiones monetarias. Le pidió 5.000 dólares semanales y el productor le ofreció 2.500. No se llegaron a poner de acuerdo, así que la actriz se marchó de los estudios durante siete meses, siendo suspendida de sueldo por la Metro, aunque no de empleo, pues temían que la Garbo se marchara a otros estudios, que la acogerían con los brazos abiertos. Triunfó la testarudez de la actriz, que con su huelga alcanzó la cifra que deseaba.
Greta Garbo supo siempre lo que valía en dólares. Era la que decidía qué intérpretes, técnicos y realizadores iban a acompañarle en sus películas. Su favorito en la cámara era el operador William Daniels, que la fotografió en 20 películas, y como realizador, a Clarence Brown (la dirigió 6 veces).
Prohibía severamente la entrada al estudio mientras ella rodaba, salvo los técnicos, intérpretes y realizador. Ni siquiera los productores entraban mientras ella filmaba. Luis Buñuel, en sus memorias, cuenta una anécdota, según la cual fue obligado a retirarse del plató en el que rodaba la actriz, a donde había entrado con autorización, al advertir ésta al intruso. El aragonés estaba allí contratado, como tantos otros españoles, durante la llegada del sonoro. Y había sentido curiosidad por conocer cómo se rodaba con la Garbo.
Según quienes la conocieron, era individualista, distante, caprichosa, desconcertante. La leyenda tejida por ella misma al querer ocultarse de casi todo el mundo, hizo que germinasen mil opiniones extravagantes sobre su personalidad. El escritor Cecil Beaton dijo de ella: “No se interesa por nada, ni nadie en particular, y ha terminado por ser una persona tan incapaz como un inválido. Y en la misma medida, egoísta; nada dispuesta a sacrificarse por nadie; sería una molesta compañera, suspirando continuamente, y llena de trágicos sentimientos. Es supersticiosa, suspicaz y no conoce el significado de la amistad. Además, es incapaz de amar”.
Pero ella se defendía, en las pocas veces que habló con la prensa, diciendo que “Era una mujer que amaba la soledad y que le gustaba que la dejaran sola”. En su primera entrevista, durante la filmación de “La leyenda de Gosta Berling”, contestó a las preguntas de un periodista: “Soy –le dijo– una muchacha que se entristece mucho; una de esas personas que no piensan, que hablan primero y piensan después”.
En otra ocasión dijo: “Que nadie se empeñe: no me casaré jamás”. Cumplió su promesa. Durante la segunda guerra mundial declaró a un reportero: “No me gusta tener hijos. El mundo parece ahora demasiado difícil para traerlos por el peligro de guerra. No querría criar a un hijo o varios para que fueran a la guerra”. En fin, también señaló sobre sí misma: “Soy algo así como un tronco a la deriva. Hace muchos años que estoy muerta”.
Greta Garbo desbancó en Hollywood a todas las actrices que había. Su aspecto físico, según lo define John Bainbridge en su libro “Greta Garbo; memorias”, no era nada especial: “Un cuerpo bastante ordinario, piernas gruesas, torpes de estatura y pies normales”. En cuanto al rostro, su opinión era la de que poseía “Ojos azules, obsesionantes, tristes, escrutadores, lánguidos y melancólicos”.
En cambio, para la revista Life, en 1939, “Era, probablemente, la mujer de mayor sexy de todos los tiempos”. Medía 1,64 metros y poseía un pelo rubio dorado. Cuando aún era Greta Gustaffson, su piel era extremadamente blanca y su rostro, menudo, aunque poseía un cuerpo algo grueso. Stiller la obligó a adelgazar cuando empezó a dirigirla. Él fue también quien le buscó el seudónimo, derivado del rey húngaro Gabor Bethlen.
Pero si Stiller le buscó el Garbo, periodistas y escritores anónimos le vistieron con nombres rimbombantes que se hicieron célebres. Greta Garbo fue “La magnífica”, “La misteriosa»”, “La esencia de lo indefinible, “La más seductora soltera del mundo, “La Helena de Troya de nuestros días”, “El rostro del siglo XX”, “El misterio número uno de Hollywood”, “La mujer que vive detrás de un muro”, “La Divina»”...
“Excepto en el mismo comienzo de su carrera artística –señala Baimbridge–, no concedió entrevistas, no firmó autógrafos, no asistía a los estrenos, no contestaba a la correspondencia de los admiradores, y durante mucho tiempo su dirección y su número de teléfono fueron un secreto, hasta para la MGM”.
Vivía en apartamentos oscuros, sin mucho lujo, a espaldas de las fiestas sociales. Poseía un perro de raza china, un par de gatos negros y un loro. Su mayordomo, Gustav, y su chófer negro, que conducía un Packard marrón, eran sus únicos acompañantes permanentes.
Tenía pocos amigos. Podían concentrarse en los actores Nils Asther y John Loder, los realizadores Jacques Feyder, Clarence Brown y Rouben Mamoulian, la actriz Salka Viertel, la escritora de origen español Mercedes Acosta, o el escritor Gayclord Hamer. Y según se dijo, dos amores verdaderos: John Gilbert y el director Maurice Stiller.
Con el primero vivió un romance relativamente largo y muy comentado en la prensa de la época, que acabó por culpa de la Garbo, según algunos, y de Gilbert, según otros, el cual no podía asumir que la actriz estuviera cada vez más alto en el Olimpo de la Fama, desde el cual él, por entonces, empezaba a precipitarse a marchas forzadas.
Más corto fue el romance que sostuvo, años después, con el director de orquesta Leopold Stokowsky, que mantuvo en vilo a la prensa de todo el mundo durante parte de 1937 y 1938. Ni en Suecia, donde se encontraron en secreto, ni en Italia, a donde fueron a disfrutar de unas vacaciones en una villa prestada por unos amigos, pudieron mantenerse a solas por un momento.
Pocos amores y romances más pueden colgársele a la actriz, también definida como “La Esfinge Sueca, “La tímida belleza báltica”, “La esquiva walkiria”, “El cisne sueco, “El misterio ártico”, “La ermitaña millonaria” o “El carámbano llameante”. Algunos biógrafos apuntan nombres como los de Rouben Mamoulian, George Brent, Cayerhard Hauser, George Schlee, así como el barón y banquero Enrich Goldschmidt-Rothschild, en los años cincuenta.
Pero, en fin, las revistas de la época hicieron series con los intérpretes que figuraron en sus 24 películas norteamericanas. La revista Cinegramas la tituló “La vida amorosa de Greta Garbo en la pantalla”, y en ella, a lo largo de varias semanas, desfilaron el actor español Antonio Moreno (intérprete con la actriz de “La tierra de todos”, 1926), John Gilbert (“El demonio y la carne”, 1926; “Anna Karenina”, 1927; “La reina Cristina de Suecia”, 1933), Lars Hanson (“La mujer divina», 1928), Nils Asther (“Orquídeas salvajes”, 1929; “Tentación”, 1929); Lewis Stone (“Romance”, 1930); Robert Montgomery (“Inspiración”, 1930); Clark Gable (“Susana Lenox”, 1931); Ramón Novarro (“Mata-Hari”, 1931); Melvin Douglas (“Como tú me deseas”, 1931; “Ninotchka ”, 1938; “La mujer de dos caras”, 1941) o John Barrymore (“Grand Hotel”, 1932).
A su lado también actuaron Herbert Marshall (“El velo pintado”, 1934); Fredric March (“Anna Karenina”, 1935); Robert Taylor (“Margarita Gautier”, 1936) y Charles Boyer (“María Wallewska”, 1938).
Algunas de estas películas tuvieron que ver con asuntos o personajes hispanoamericanos. Precisamente las dos primeras de su carrera norteamericana, fueron argumentos del escritor valenciano Vicente Blasco Ibáñez: “El torrente” (1926), dirigida por Monte Blue, y “La tierra de todos” (1926), de Fred Niblo. En esta última, como ya dijimos, actuaba con el actor madrileño, triunfador en el Hollywood de la era silente, Antonio Moreno.
En “La Reina Cristina de Suecia”, su amante-protagonista era John Gilbert, el cual representaba el papel de un diplomático español, don Antonio de la Prada. Y fue retratada por el pintor español Covarrubias, que le hizo un cuadro famoso que actualmente se encuentra en el Museo de Arte Contemporáneo de Madrid.
Otra relación con lo español fue su admiración por el baile y la danza nacionales. No se perdía la actuación de cualquier artista español que interviniese en alguno de los locales de Hollywood.
Pero Greta Garbo fue, como ya hemos mencionado, poco amante de las diversiones mundanas. Sus biógrafos hablan de una mujer que le gustaba nadar y montar a caballo, así como caminar bajo la lluvia e ir a ver películas a escondidas, sobre todo las de sus realizadores preferidos: Ernest Lubitsch y Erich Von Stroheim.
Algunas personas que anduvieron en alguna ocasión a su alrededor, dejaron escritas sus opiniones sobre ella, gracias a las cuales hoy podemos hacer un retrato abstracto de la actriz. Truman Capote dijo que “Lleva a las películas un sentimiento de poesía, al cual no se ha acercado nadie más, excepto tal vez Chaplin”.
Para el cineasta y teórico inglés Paul Rotha, a propósito de su segunda película, “La calle sin alegría”, señaló lo siguiente: “Su delicada belleza, fría como una helada flor calentada momentáneamente por el sol, se mantenía segura, sin ser tocada por el vicio, en la mísera ciudad de Viena”.
John Gilbert la definió en una entrevista como “La criatura más seductora que haya visto jamás. Caprichosa como una diablesa, pero genial. La Garbo nunca representa, a menos que pueda hacer justicia de sí misma. ¡Pero qué magnetismo irradia de su persona cuando se pone delante de la cámara! Es asombrosa. Un día aparece infantil e ingenua como una niña de diez años, y al día siguiente es una mujer misteriosa, de edad melancólica, que lo sabe todo, desconcertante, profunda”.
El historiador norteamericano Lewis Jacobs matizó más esta opinión: “Es el prototipo de una mujer uitracivilizada, pulida y delgada, instruida y desilusionada, inquieta, harto sexual y neurótica, que dirige su propia vida”.
Lubitsch, por su parte, señaló de ella que “Fue, probablemente, la persona más cohibida y tímida con quien he trabajado jamás. Cuando finalmente vencía la inhibición y se sentía realmente ella en una escena, era colosal”. Otro realizador, Boleslawski, señaló que “Era tan completa y esmerada en su arte, que uno la hallaba casi tan maravillosa como la propia cámara”.
En fin, el escritor y documentalista español José López Clemente escribió de ella: “Las películas de Greta interesan, en primer lugar, e independientemente de sus otros posibles valores, por ella misma. Ella es el propio espectáculo, y su propia presencia basta. Sus gestos, sus movimientos, sus actitudes, sus palabras escamoteadas entre nosotros por el doblaje, sus miradas; ¡todo, en fin!, nos da medida de su espiritualidad determinada para cada interpretación y, en todo caso, la medida de su excelso y depurado arte de actriz única en la historia del cine”.
Después de su retirada definitiva, en 1941, retirada que los espectadores de entonces pensaron que era momentánea, debido a las circunstancias de la guerra, numerosos productores quisieron rescatarla otra vez para el cine. Pero se salió con la suya, y nunca más volvió a rodar películas.
Desapareció de este arte de masas cuando sólo tenía 35 años. Los 50 restantes, ya lo hemos dicho: un misterio disfrazado de frecuentes reuniones íntimas con amigas y amigos seleccionadas; ejercicio frecuente, y mientras pudo, de sus deportes y diversiones favoritas; cenas discretas en restaurantes famosos, viajes a escondidas, casi en la maleta, en el más completo anonimato. De todas las que hemos hablado cuál era de verdad Greta Garbo? ¿O hubo una que nadie logró discernir? Hoy, poco importa. Nos ha quedado el mito. (AGR)