Lunes, 18 Noviembre 2013 09:37

Mickey Mouse se vio por primera vez en un cine hace 85 años

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Hoy se cumplen 85 años de la aparición, por primera vez, de Mickey Mouse en las salas cinematográficas. Ocurrió un 18 de noviembre de 1928, durante  el estreno de “Steamboat Willie”, en 1928. En realidad, la película –sería mejor decir mediometraje, pues apenas duraba 20 minutos–, dirigida al alimón por Walt Disney y Ub Iwerks, con 27 años recién cumplidos, ya había tenido una proyección previa de prueba el 29 de julio, aunque fue en la fecha que se conmemora hoy cuando los espectadores norteamericanos pudieron pagar por ver el nacimiento del, probablemente, dibujo y personaje de animación más famoso de la Historia del Cine. Y además lo vieron con sonido.


Con tal motivo, 30 niños madrileños de cuarto de primaria, han podido ver en primicia “Get a Horse!”, otro mediometraje, también en blanco y negro, pero de 2013, filmado por Lauren MacMullan con la última tecnología, y donde el Ratón Mickey es nuevamente el personaje principal. El trabajo de MacMullan se estrenará el 29 de noviembre próximo en los cines junto a “Frozen, el reino del hielo”, el último largometraje de animación de los Estudios Disney, dirigido por Chris Buck y Jennifer Lee. 

Durante el evento, los agraciados chavales han podido disfrutar de varios capítulos de la nueva serie que protagoniza el ratón. Además, aprendieron a dibujarlo de la mano de Fabrizio Petrossi, animador de la factoría Disney y uno de los pocos artistas autorizados en el mundo a plasmar a Mickey en un papel o en un ordenador.

Fue tan grande el éxito obtenido por esa peliculita de apenas 300 metros de metraje, a la que le siguieron muchos más mediometrajes hasta llegar al “Fantasía” de 1940, en la que Mickey hace de maestro de ceremonias –aunque también tiene su propia secuencia, como ayudante del mago–, dirigida nada menos que por 11 directores-animadores (Norman Ferguson, James Algar, Samuel Armstrong, Ford Beebe Jr., Ben Sharpsteen, Bill Roberts, Paul Satterfield, T. Hee, Hamilton Luske, Wilfred Jackson y Jim Handley), como decimos fue tan grande el éxito que Mickey Mouse se convirtió en el símbolo de los nuevos estudios y en su mayor negocio empresarial.

Desde 1930, cualquiera que se diera una vuelta por los recién construidos estudios, al fondo de Hollywood Boulevard, en las afueras de Los Ángeles, comprobaría que Mickey Mouse se hallaba en cualquier lugar de los mismos. Como vulgarmente se dice, hasta en la sopa. Y no es un dicho, ya que si alguien tenía el privilegio de almorzar en su cafetería, comprobaría que en el fondo del plato, en el lateral del vaso, en algún lugar del cenicero, pintado en la servilleta o en el propio mantel de la mesa (e incluso en esta), el ratón estaba omnipresente.



 Un escritor de la época, Henry F. Pringle, comentaba en la revista española Cinema de julio de 1933 que  “La personificación del ratón Mickey por medio del escudo de armas o grabado en el membrete de todas las cartas que se mandan desde el estudio, tiene un indudable valor financiero. Walt Disney es así, una curiosa mezcla de lo quimérico y lo práctico. En un momento dado os hablará de sus dibujos animados en los que Mickey aparece tanto como un personaje infantil como uno destinado a la venta”. 

En 1933, Walt Disney firmó un acuerdo con United Artists, mediante el cual el estudio que tenía en exclusiva a Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford, Ronald Colman, David W. Griffith y otras superestrellas de la época, se comprometía a colocar a Mickey en el mismo pedestal que ellas. Y lo logró, instalándole a él y a los personajes que surgieron a su sombra –sobre todo Minnie, su novia– entre los más rentables de la distribución no solo anglosajona, sino de todo el mundo.

Mickey fue desde el principio un personaje de una popularidad enorme, sobre todo entre el público infantil, y por añadidura de los padres de los niños. Así que los deseos de muchos fans, sobre todo los que vivían en Los Ángeles, eran verlo de verdad, con sus propios ojos, pero fuera de la sala. Había colas en los estudios para poder entrar (lo que estaba prohibido) y avistarlo aunque fuese una décima de segundo; o, sencillamente, tener la oportunidad de descubrirlo en alguna salida que “hiciera” fuera de los mismos. 

Una anécdota que se corrió por entonces, nos revela la protección que Disney tenía para con su personaje. En una ocasión –y seguimos hablando de los años treinta del pasado siglo–, Disney no tuvo más remedio que recibir en los estudios a la hija de un amigo íntimo suyo, la cual quería conocer a Mickey en persona. Cuando llegó, le dijeron que no estaba, que había ido a la tienda de comestibles, “A comprar un poco de queso”, añadió el propio cineasta.

“¿Pero por qué no ha llevado su coche con él?”, le preguntó la niña, sabiendo que Mickey, según había leído en la prensa, tenía un “sedan” que por cierto estaba aparcado en la puerta. La respuesta de Walt fue inmediata para que la niña no pensara que le estaba mintiendo: “Verás –contestó–, como Mickey está engordando muy deprisa, le han recomendado que ande varios kilómetros todos los días, así que ha ido a una tienda al otro extremo de la ciudad. Tardará varias horas en volver”.

No sabemos si la niña se tragó la trola (eso sí, piadosa, de Disney), pero finalmente la visitante no pudo ver a Mickey, aunque eso sí, observó las imágenes del ratón por todo el estudio. También es posible que, de ser cierta la anécdota, esta pequeña fans pensara la mala suerte que había tenido, ya que de haberse quedado en la ciudad, lo habría visto correr por la calle.

Quizá por las calles no, pero si en la gran pantalla de aquellos Palacios del Cine de miles de butacas de aforo que lo proyectaron a partir de ese primer “Steamboat Willie” cientos, miles de veces. De hecho, tras su éxito surgieron decenas de nuevos mediometrajes de Mickey que lo exhibirían en los más de diez mil cines que por aquellos años había en Estados Unidos.

Además Mickey fue el “actor” que mejor supo vadear los graves problemas que ocasionaría el cine sonoro a cientos actores de carne y hueso, cuyas voces, acentos, dicción y gestos vocales no se adaptaron al oído del público. Mickey, en cambio, triunfó con él, ya que sus películas apenas tenían diálogo y el argumento nunca giraba en torno a él. 

Eran películas rellenas de bufonadas, de efectos sonoros que podían entenderse por públicos anglosajones, hispanos, chinos, franceses, alemanes, italianos o japoneses. Eso fue lo que permitió que mientras cientos de películas rodadas en Hollywood, en la transición del cine mudo al parlante, resultaran un fracaso comercial, las de Mickey Mouse se vendieran y exportaran como churros. 

Y eso fue lo que permitió también que miles de salas de todo el mundo, donde aún no se habían instalado las técnicas del cine sonoro o lo habían hecho sin la sincronización precisa, salvaran la taquilla con las películas de Walt Disney protagonizadas por Mickey Mouse. Por otro lado, los primeros diálogos del ratón con sus compañeros de reparto o consigo mismo, aunque estaban hablados en inglés, su vocalización era tan imprecisa y ronca que los públicos que no supieran el idioma de Shakespeare –pues aun no se había inventado el doblaje–, lo entendieran perfectamente simplemente con verlo. 

Para entonces el cineasta, ya convertido en productor y empresario, disponía de otros títulos cinematográficos que darían, como Mickey, la vuelta al mundo y ampliarían el negocio: “Las sinfonías tontas”, 75 cortometrajes animados filmados entre 1929 y 1939. Pero de estas y de otras historias de Mickey Mouse hablaremos otro día.