Martes, 01 Septiembre 2015 07:15

Ingrid Bergman, cien años después de su nacimiento

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Solo, quizá, quienes vivieron los tiempos de la era de las estrellas y cineastas-estrellas (de los que quedan ya pocos), se acordarán plenamente de quién fue Ingrid Bergman, y lo que significó para el cine y para la vertiente social y artística de su tiempo.  Tal vez queden algunos de la generación posterior que identifiquen alguna de sus películas y conozcan algo de esa personalidad tan desafiante con la que vivió gran parte de su existencia, como mujer y como artista. Y casi estoy seguro de no equivocarme si digo que serán poquísimos, de entre los que nacieron a partir de la generación del vídeo, quienes sepan algo de ella o hayan visto alguna de sus maravillosas obras.

A excepción de “Casablanca”, claro. Una película excepcional y permanentemente reestrenada –lo que da idea de su resistencia al paso del tiempo–, gracias a ese formato casero al que antes hacía referencia. Y es en “Casablanca”, junto a otro mito menos olvidado que ella (Humphrey Bogart), y los ya casi arrinconados Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt, Sydney Greenstreet, Peter Lorre o S.Z. Sakall, donde extiende su halo –tal vez inmortal– a través de su personaje de Ilsa Lund, la heroína de talle romántico que sacrifica su amor por una causa, quizá más trascendental: la lucha por la libertad.



Se cumple ahora el centenario de su nacimiento en Suecia (en su capital, Estocolmo, el 29 de agosto de 1915), país donde emergieron por esas fechas otras dos glorias de su Cultura Cinematográfica: Ingmar Bergman (el 14 de julio de 1918) y Greta Garbo (el 18 de septiembre de 1905). Si hablamos de mitos, las dos suecas lo han sido durante décadas. Mitos del CINE (con mayúscula). Dos de las/los inmortales de esa generación de intérpretes europeos y estadounidenses que se extiende desde su nacimiento como espectáculo y anhelo seductor o emotivo de masas (a partir de los años veinte del pasado siglo), hasta su conversión en espectáculo de consumo puro y duro con la llegada del vídeo.

¿Pero quién se acuerda hoy de Greta Garbo: la estrella más poderosa y taquillera hasta los años cuarenta del pasado siglo (y hasta los sesenta seguida por los “paparazzi” de todo el mundo para plasmarla en las revistas del corazón de ese mundo ya globalizado en el terreno de la cinematografía)? Murió en 1990, cuando muy pocos se acordaban que había sido la actriz de “La reina Cristina de Suecia” (Rouben Mamoulian, 1933) y, sobre todo, de “Ninotchka” (Ernst Lubitsch, 1939). ¡Y le llamaban la inmortal! Ingrid –otro mito– falleció ocho años antes, en 1982, precisamente en otro 29 de agosto.

Pero hoy menos que nunca perviven los mitos. Al comienzo del curso de Dirección Cinematográfica en la Escuela TAI de Madrid, donde impartía la asignatura Historia del Cine, tenía por costumbre hacer una exploración sobre cultura cinematográfica a los alumnos que empezaban el curso.  Consistía en una serie de preguntas, entre las cuales les pedía a esos estudiantes que aspiraban algún día a dirigir películas, que me dijeran quiénes eran, entre otros/as, Greta Garbo, Ingrid Bergman, Gary Grant, Clark Gable, Sophia Loren, Anna Magnani, Alain Delon, Jean Gabin y otros actores y actrices habituales de las grandes películas de éxito estadounidenses y europeas de los pasados años 40, 50 y 60.

Y año tras año obtenía resultados similares: ninguno sabía quién era ni la Garbo ni la Bergman, y casi nadie conocía al resto de los actores y cineastas que le acompañaban en la cuartilla. En el caso de Ingrid Bergman el enredo era general, siendo confundida por la mayoría con el cineasta compatriota de su mismo apellido. Si esto pasaba con quien aspiraban a contarnos historias en imágenes cuando acabasen la carrera, imagínense el conocimiento que el resto de los mortales tendrían de la actriz sueca que abandonó Hollywood en 1950 para convertirse en la esposa de Roberto Rossellini, y hacer con él una serie de obras maestras que atrajo la mirada y después la admiración de la crítica culta europea más exigente de entonces (la francesa e italiana sobre todo), quien hasta ese momento la había tenido como una actriz más del foro de las divas de Hollywood.

Me estoy refiriendo a títulos como “Stromboli”  (1950),  “Europa 1951” (1952), “Nosotras las mujeres” (1953), “Ya no creo en el amor” (1954), “Te querré siempre” (1954) y una nueva versión de “Juana de Arco” (1954), que se comparó con la que había interpretado en Hollywood a las órdenes de Michael Curtiz en 1948. Luego vino el divorcio con el cineasta italiano, y la recuperación de la actriz por Hollywood (tan enfadada con ella por su “expatriación” europea) con otra de sus obras maestras: “Anastasia” (Anatole Litvak,1956).

Pero en Italia, además de filmar las películas mencionadas, había ocurrido otra cosa importante: el nacimiento de sus tres hijos con Rossellini: Roberto (Rossellini), Isabella (Rossellini) e Isotta (Ingrid Rossellini). No merece la pena que me detenga en este periodo de su vida, ampliamente resaltado (con mayor o menor acierto) por las miles de informaciones accesibles en internet. Aunque si recordaré que en esos años europeos con Rossellini marido y cineasta, Ingrid Bergman, a causa de ese matrimonio y de su rechazo a Hollywood, fue perseguida por la intolerancia religiosa y puritana de una parte de la sociedad yanqui, sueca e, incluso, europea (con el Vaticano a la cabeza).  Y todo por un divorcio a destiempo y por unas películas que, a juicio de sus fans más tradicionales, “traicionaban” la imagen de actriz y de mujer que había llevado puesta hasta ese momento.

Para mí, de Ingrid Bergman me quedan esas obras mencionadas, y otras que nacieron en su periplo cinematográfico que la llevó desde su natal Suecia, en la que iniciaría su carrera (con uno de los grandes cineastas de esos momentos: Gustaf Molander), hasta Hollywood (donde triunfa con sus más importantes directores), después a Europa, luego otra vez viajando y rodando entre los dos continentes y, finalmente,  a Suecia, donde filma en 1978  la que, en cierta manera, es su última película: “Sonata de otoño”,  a las órdenes del cineasta con que tanto la confundían mis alumnos por llevar su mismo apellido: Ingmar Bergman (AGR).