Nos llega la noticia del fallecimiento de Vicente Aranda, un cineasta barcelonés que el próximo 9 de noviembre habría cumplido 89 años. Seguramente oiremos y escucharemos en los medios de comunicación que fue el director que dirigió películas como “Amantes” (1991), “La pasión turca” (1994) o “Juana la Loca” (2001).
Y es verdad, las dirigió, pero quienes las citen como sus trabajos más destacados, harán gala de una pobre cultura cinematográfica y de un flaco conocimiento sobre el cineasta que abrió, con otros compañeros de generación (Carlos Saura, Mario Camus, Miguel Picazo, Basilio Martín Patino, Jorge Grau o Francisco Regueiro, entre otros), las puertas a lo que el escritor Manuel Villegas López bautizó como Nuevo Cine Español.
Y la abrió con una película que es, en cierta forma, un manifiesto de ese cine: “Fata Morgana”, filmada en 1965. Una película que en opinión del citado escritor, “Incluso desde su título, lleva a la muerte como atracción, como oscuro e invencible llamamiento. Todo el film tiene un clima de catástrofe imponderable, imprevisible, como en las leyendas antiguas producía la invisible presencia de la muerte”.
Por supuesto que Aranda, como la mayoría de sus compañeros de generación que hemos citado, se vieron obligados a abandonar este camino de independencia iconoclasta porque les impedía llegar a la taquilla. Es cierto que, por entonces, había un público joven deseoso de ver cine experimental, anticomercial, de protesta, siguiendo las huellas de la “Nouvelle Vague” francesa o del “Free Cinema” inglés, pero como el objetivo de todos ellos consistía en poder seguir haciendo películas, al final se impuso en la mayoría el pragmatismo.
Aunque utilizaron el impulso que les generó su rebeldía intelectual para iniciar una carrera desigual que, poco a poco, les llevaría al cine comercial contra el que habían luchado, pero eso sí: filmando películas más críticas (en lo social y estético), con un toque personal que en el caso de Aranda fue asumido por el público, lo que le permitió obtener hasta el final de su vida el apoyo de la industria cinematográfica.
Y lo obtuvo porque, tras “Fata Morgana”, no tuvo reparos en dirigir en 1969 y 1972 dos películas comerciales de lo más insustanciales y cutres: “Las crueles y “La novia ensangrentada”. Terror a la española, en unas fechas en las que este género tenía mucha demanda. “¿Por qué no iba a dirigirla? -nos dijo en una ocasión-. Yo quería hacer el cine que me gustaba a mí, pero necesitaba productores que se fiaran de que podía filmar películas que no les hiciesen perder dinero”.
El cineasta fallecido fue consecuente toda su vida con esta filosofía, aunque enseguida confirmó que podía hacer cine comercial, al mismo tiempo que crítico. Y lo demostró en 1977 con “Cambio de sexo”, una película en la que a la azafata de televisión Victoria Abril, la convertiría en famosa actriz y transexual para la ocasión.
Después de esta película, tuvo las puertas abiertas de la industria, trabajando a su gusto, despacio, sin prisas y dando casi siempre en la diana de la taquilla con títulos como “La muchacha de las bragas de oro” (1980), “Asesinato en el Comité Central” (1982), “Fanny Pelopaja” (1984), “Tiempo de silencio” (1986) y “El Lute 1 y 2” (1987-1988).
Estas dos últimas tienen especial significado en su carrera. “Tiempo de silencio” la rodé porque me sentí siempre atraído por el libro maravilloso de Luis Martín Santos”, nos dijo durante una entrevista que le hicimos hace años. ¿Y la del Lute? “Fue más fácil todavía la elección: se trataba de un personaje que mostraba más que ningún otro, la crueldad y la miseria del franquismo, así como las ansias de libertad y de regeneración de algunos personajes perseguidos por ese franquismo”.
En efecto, el Lute era la imagen más nítida que tenían los españoles en aquellos años, de ese acoso y cacería de un ser humano de mentalidad indomable por parte de la policía franquista. En la película, producida por MGC Producciones Cinematográficas y Audiovisuales Multivídeo, jugaron un papel destacado los dos protagonistas principales: Imanol Arias y Victoria Abril, quienes encarnaban respectivamente al Lute y su esposa. Con Victoria coincidió también en “Asesinato en el Comité Central”, “Amantes” y “Libertarias” (1996); y con ambos en “Tiempo de silencio” e “Intruso (1993).
Entre las que hemos citado están algunas de esas películas que los públicos de ahora más se acuerdan, y que han traído a colación los medios como ejemplo de su trabajo incansable como cineasta. Pero también filmó “Carmen”, una versión muy personal del mito sevillano que divulga por todo el mundo el escritor francés Prosper Mérimée, sobre todo cuando otro galo, Georges Bizet, la convierte en la ópera que tantas veces ha dado la vuelta al mundo.
Hemos dejado para el final una parte más personal de su biografía, la que ajusta las bisagras de los primeros años de su vida, donde la falta de recursos le obligó, en 1949, a emigrar a Venezuela, país donde emprendió una carrera profesional que le llevará a ejercer importantes jefaturas en varias compañías norteamericanas.
Pero como le gustaba el cine y dirigir películas, vuelve a España en 1956 para matricularse en la recién creada Escuela de Cine, lo que no logra por no tener el bachillerato. Así que, por su cuenta, iniciará una carrera que empieza por el meritoriaje en producciones que se ruedan en Barcelona, hasta que con los ahorros monta su primera película (que firmará con Román Gubern) que se titula “Brillante porvenir”.
Corría el año 1965, y no fue un trabajo que, a priori, le abriera un brillante porvenir. Pero fue solo un tropiezo, el de un novato que sabía lo que quería. Y lo que quería, ya se lo hemos contado al principio, era ser uno de los directores españoles que dejaran huella. Y la ha dejado.