“No soy un artista. Soy un pintor de calle”, manifestó a AGR en una ocasión. Y en otra: “Algunos me ven como un artista, pero soy un artesano”. Y seguramente era todo eso y más: artista, artesano, pintor de calle (sus acuarelas sobre Madrid son estampas maravillosas imbuidas de poesía que nos recuerdan las descripciones que hacía Mesonero Romanos en sus inmortales libros escritos en el siglo XIX, “El antiguo Madrid” o “Manual de Madrid. Descripción de la Corte y de la Villa”, entre otros). ¡Y cartelista! De cine. También dibujante (¿o caricaturista? de los principales artistas cinematográficos que triunfaron en España durante las décadas del cuarenta al sesenta del pasado siglo. Un dibujante (¿o un cartelista?) con una psicología capaz de traspasar al dibujado o caricaturizado para sacarle el brío de su personaje y, de paso, parte de su personalidad humana.
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Luego, otra cosa es que la película fuera buena o mala. Como le decía a AGR: “A veces me paraban por la calle gente que me conocía y me decía: oye JANO, he ido a ver la película tal porque vi tu cartel y me parecía buena. Pero es un pestiño”. Claro, él no tenía la culpa de que fuera un “tostón”. También los distribuidores le contrataban por esta cualidad de convertir las películas malas en (aparentemente) buenas. Al menos en su cartel lo parecían. JANO fue siempre un hombre de carácter sencillo y afable. Cuando vivía apenas si se valoraban sus carteles fuera de ese carácter comunicativo y publicitario (hoy valen un pastón). Algo que pasaba con el trabajo de otros cartelistas de la España de entonces. Cobraban por pieza y, a veces, por figura. Él, además, pintaba ese Madrid de calles y plaza que en su madurez todavía conservaba los mesones y tabernas convertidas hoy en “Kentucky Fried Chicken”, “Burger King”, “McDonald’s” o pizzerías al estilo de cualquier gusto y pelaje. ¿Las habría pintado de haber tenido la oportunidad?