Ayer tuvo lugar en el histórico Paraninfo de la madrileña Universidad Complutense, el solemne acto por el que el cineasta Carlos Saura fue investido Doctor Honoris Causa, con todos los honores y boato que este tipo de actos incluye. El director de películas como “La caza” (1966), “Ana y los lobos” (1970), “Elisa, vida mía” (1977), “Deprisa, deprisa” (1981), “Carmen” (1983), “El Dorado” (1988), “Tango” 81998), “Goya en Burdeos” (1999), “Io, Don Giovanni” (2009) o “Flamenco, Flamenco” (2010), su último trabajo hasta el momento, ensancha así la nómina de “doctores” magistrales de la vieja universidad madrileña, formando parte del elenco en que también se encuentra su maestro y aragonés como él, Luis Buñuel.
Si éste fue erigido a los 80 años, en 1980, durante su última visita a España, en el homenaje que toda la clase política, académica y cinematográfica de entonces (la de la Transición a la Democracia) le ofreció como agradecimiento a su obra y a su vida, a Carlos Saura, el honor le ha llegado con 82 años casi recién cumplidos, pues nació el 4 de enero de 1932 en Huesca. Con la distinción, la Universidad Complutense premia no solo a uno de los más grandes cineastas que haya dado España, sino a un artista polifacético que ha destacado como Maestro y Doctor en las ramas de la fotografía, la literatura e, incluso, en la pintura. Carlos Saura es el fotógrafo de documentales excepcionales como “La tarde del domingo” (1957) y “Cuenca” (1958); es el escritor de la mayoría de los guiones de sus películas y es igualmente autor de los que él mismo ha bautizado como “Fotografías pintadas” que no son otra cosa que sus propias imágenes –realizadas en los sitios más variopintos de la Tierra a lo largo de sus muchos viajes– retocadas con pinceles. Sin olvidar esos maravillosos cuadernos de producción donde ha dibujado prácticamente sus películas de principio a fin antes de filmarlas (lo que se denomina “storyboard”).
Con todo este bagaje creativo, que rebasa nuestras fronteras para colocarse en el ámbito de lo universal, la facultad de Ciencias de Información, propulsora del doctorado y que en 2014 cumple sus primeros 40 años de docencia, no lo ha tenido difícil para otorgarle la distinción, colocando así en la nómina de estos merecimientos a tres cineastas españoles: el citado Buñuel, Luis García Berlanga y ahora Saura. La ceremonia se ha desarrollado con todo el esplendor y lucimiento que para estos actos tiene programada la tradición centenaria y festiva de la más antigua Universidad de Madrid: desfile de decanos y rector primero, mientras se oye el “Gaudeamus Igitur” cantado por el coro de la Complutense; entrada por la “puerta grande” del que será investido, acompañado por la Decana de la Facultad de Ciencias de la Información, María del Carmen Pérez de Armiñán, y por el profesor Emilio F. García Fernández, lector de la “laudatio” (e iniciador del homenaje académico); otorgamiento de las atribuciones y del birrete de Doctor Honoris Causa; y finalmente, los discursos de Fernández y del cineasta.
“Quiero daros las gracias en mi nombre y en el del cine español que de alguna manera hoy represento –dijo Saura al comienzo de sus palabras y tras agradecer al profesor García Fernández su discurso de entronización–. Yo he vivido una parte de mi vida entre dos pasiones: la fotografía y el cine. Con la fotografía aprendí a ver la realidad con ojos selectivos; con el cine aprendí a contar historias, músicas y bailes”. Tras hacer una reflexión sobre sus viajes juveniles, primero con la cámara fotográfica y más tarde con la del cine (aunque sin abandonar la primera) por tierras de España, y reconocer que en ese viaje fotográfico y cinematográfico ha mostrado un reflejo de sí mismo en los demás, advirtió de los peligros que acechan en estos momentos al cine
“¿Hasta qué punto hoy –se preguntó el cineasta– la combinación, la diversidad y dudosa utilización de la imagen puede conducirnos a un enorme peligro? Para Saura, un punto de inflexión en esta situación extrema, “Es el paso del cine a la televisión, y no solo porque se pierda una parte del misterio iniciático de la proyección en público, sino porque durante todas las horas del día se nos informa o desinforma sobre todo lo divino y humano, y porque esa facilidad para mostrar imágenes en manos de mercaderes sin escrúpulos, está llevando al auditorio a una confusión general”.
“Una audiencia –recalcó Saura– a la que se le considera menor de edad y a la que se le proyecta comedias y dramas insulsos, chistes fáciles, situaciones ya agotadas, telenovelas, programas estúpidos, chismorreos (eso que se llama telebasura), todo eso se podría soportar si no estuviera mezclado con insoportables anuncios que caen sobre el espectador como armas. No voy a abrir aquí una lanza a favor del puritanismo trasnochado, ni pedir un comité de censura, que bastante sufrimos en otra época, sino simplemente expresar mi alarma por la proliferación tanto en el cine como en la televisión de la violencia y el insulto de forma gratuito”, concluyó el nuevo Doctor Honoris Causa.