Miércoles, 04 Noviembre 2015 13:35

Hoy comienza el American Film Market en Los Ángeles

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Los Ángeles, 4.- Una nueva edición del American Film Market (AFM) da comienzo hoy en la localidad de Santa Mónica –distrito de Los Ángeles–, con vistas a las playas de Malibú, donde descarga el Océano Pacífico sus olas, a veces tormentosas y otras (la mayoría) con la suavidad que nos muestran las películas que se ruedan en los estudios situados en esta ciudad de origen español.

En efecto, en Los Ángeles se encuentra la industria más poderosa del cine de todo el mundo: Hollywood. Y aunque los grandes estudios se sitúan al margen (relativamente) de la feria, sus representantes se pasean entre la multitud de profesionales llegados de todo el planeta al Hotel Loews para vender y comprar películas: en proyecto, rodaje o ya terminadas.

El AFM es una feria que fundó la AFM Association en el año 1981. Se creó con la intención de constituir un tercer mercado audiovisual, junto al de Cannes y Milán (ya desaparecido), con garantías de hacer negocio, en condiciones ventajosas, para los profesionales independientes. Sus socios pertenecen, principalmente, a la industria estadounidense, anglosajona y canadiense, aunque también se encuentra entre sus miembros empresas de otros países.



Todas ellas independientes –término que subrayan con énfasis–, para diferenciarse de las Majors (Paramount, Universal, Sony, Fox, Walt Disney y Warner Bros), con las que tienen que competir en los mercados propios y foráneos. En la primera edición del evento acudieron unos 1.200 compradores. A lo largo de los años ochenta del pasado siglo, con el boom del video, la cifra se incrementó hasta los 1.900, para una década después superar los 3.000. Este año se espera que lleguen a los 5.000.

En el pasado, cuando el mercado cinematográfico español se encontraba entre los cinco primeros del mundo en la lista de consumo de producto cinematográfico (hablamos de 1993-2000), el AFM era visitado por un centenar largo de distribuidores nacionales, todos ellos con las carteras repletas de pesetas (todavía no existía el euro) para comprar películas con el fin de exhibirlas en los tres mercados que entonces existían: el de las salas (primero), vídeo (segundo) y televisión (tercero).

Y no eran baratas. Las películas queremos decir. El boom  del consumo cinematográfico en todo el mundo, gracias al nacimiento del mercado del vídeo, llevó a los productores del AFM a crear unas tablas de compensación que otorgaba a cada país un porcentaje del total del coste de la película. Para España, esa escala era de las más altas del mundo.

En 1995 –un año en el que nuestro mercado estaba en el quinto lugar del negocio mundial–, por la compra de una película para los tres mercados mencionados de entre 15 y 20 millones de dólares de presupuesto (que era entonces la media alta de las producciones de cierta envergadura), los distribuidores españoles debían desembolsar entre 600.000 y 1 millón de dólares, es decir el 5 por ciento. ¡Una barbaridad!

Y lo hacían, ya que a pesar de la crisis del mercado videográfico que había entonces, por culpa de la piratería de los mercadillos y del videocomunitario, el cine (salas) seguía dejando buenas taquillas y la televisión ofrecía unos ingresos limpios (los costos se habían completado en la exhibición precedente).

Eran otros tiempos, en los que nuestro mercado de la distribución se contaba por centenares de pequeñas empresas, cuyos propietarios viajaban a Los Ángeles para adquirir películas de diferentes precios, amparados por créditos bancarios y avales del mismo tipo que solamente podían presentar las compañías más fuertes.

Porque esa era otra: los productores estadounidenses pedían esos avales de garantía para vender la película al distribuidor que la quisiera. No se fiaban de su palabra (y no sólo de la de los españoles, sino de la de cualquier distribuidor del mundo). No les bastaba adelantos sobre el total a pagar, ya que aunque parezca increíble, esos avales servían muchas veces para armar producciones que aún estaban en la mente de las compañías (es decir, eran simples proyectos), y cuyos costes –de acabar rodándose– obligaban a asumirlos, de esta manera, a los que adquirían la película.

Hoy, este modo de producir cine se ha dejado prácticamente de lado, aunque hay compañías que ligan todavía parte de su pre-producción a distribuidores internacionales de peso. En España, actualmente, no hay ninguno de estas características. Y las películas que se buscan son aquellas cuya inversión se pueda recuperar en nuestro maltrecho mercado.

Los distribuidores que “paseen” entre hoy y el 11 de este mes (último día del AFM) por los corredores que acogen en el Hotel Loews a sus casi 500 habitaciones (convertidas en oficinas), saben que en España ya no sirve para conjeturar el éxito de una película, el actor o la historia arropada de grandes escenarios y efectos especiales fantásticos. La piratería de internet lo impide. Se apostará por títulos intermedios o más bien pequeños que asomen argumentos con conflictos familiares.

Por supuesto que llegarán a nuestra cartelera las grandes superproducciones, pero lo harán a través de las Major o de las compañías independientes que trabajan en España con distribuidora propia (eOne por ejemplo). Algunas incluso vendrán de la mano de empresas que van más allá de lo cinematográfico, como Planeta. E incluso las comprarán quienes puedan rentabilizarlas en los tres mercados de exhibición, con garantías máximas en el último (Antena 3 o Tele 5).

En nuestro próximo trabajo hablaremos de las principales películas que las compañías independientes ofrecen en este AFM 2015. Y lo haremos reduciendo la oferta de las más de 300 empresas que tienen habitación en el Hotel Loews, y cuyo catálogo abarca más de 700 películas inscritas (habrá muchas más que se lleven en la cartera). Una reducción que recogerá los títulos en los que han intervenido algunos de los principales actores internacionales del momento en los que todavía se confía para recuperar lo invertido.