A sus 69 años, Emilio Martínez Lázaro vuelve a saborear el triunfo de taquilla con sus “Ocho apellidos vascos”. Ya conocía esos sabores gracias a títulos como “Amo tu cama rica” (1992) y, sobre todo, con “El otro lado de la cama” (2002) que tuvo su secuela en “Los 2 lados de la cama” (2005). Ahora, con su última película (de la que se prepara ya la continuación), ha conseguido la friolera de casi 20 millones de euros desde que se estrenó el pasado 14 de marzo. Y sigue subiendo.
Emilio Martínez Lázaro no es vasco, sino madrileño. Así que retratar de la manera como lo hace a la sociedad vasca traumatizada por casi cinco décadas de terrorismo, no era tarea fácil. Corría el peligro de enfadar a los más talibanes de esa sociedad y, lo que podía ser peor: ofender a los más moderados, a aquellos que quieren pasar página, rellenando de tópicos y situaciones “grotescas” al argumento. Y lo ha hecho sí, con esos tópicos, pero a sabiendas de que la risa espontánea y sana puede ser la mejor medicina para curar males de todo tipo, incluso los más dolorosos.
Lo demuestra, en esta ocasión, los más de 3 millones de espectadores que la han visto hasta ahora, parte de los cuales pertenecen a la tierra donde transcurre la historia escrita por Borja Cobeaga y Diego San José, ambos vascos de nacimiento. Como lo es Karra Elejalde, su principal protagonista. Y otros dos de sus intérpretes: Aitor Mazo y Lander Otaola. El resto de los protagonistas han nacido en Madrid (Clara Lago, Carmen Machi) y en Sevilla (Alberto López, Alfonso Sánchez).
Martínez Lázaro es un enamorado de la comedia de Hollywood. Y “Ocho apellidos vascos” tiene mucho de ella, aunque sus últimos trabajos en este género nos recuerdan también la mejor comedia de Florián Rey, Juan de Orduña, Fernando Fernán Gómez, Ignacio F. Iquino, José Luis Sáenz de Heredia, Fernando Palacios, Rafael Gil, Gonzalo Delgrás, Pedro Ramírez, Luis Lucia y, por supuesto, la de Luis García Berlanga. Ante la astracanada de los Torrente, el cineasta madrileño nos ofrece un cine de humor con personajes humanos que saben divertirse y nos divierten.
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“Hawks –sigue diciéndonos– decía que su error había sido precisamente que todos sus personajes fueran así, que no hubiera uno solo que no fuera extravagante. “Si al menos el jardinero o el sheriff hubieran sido personas normales y corrientes...” se lamentaba. Desde luego que estaba equivocado, aunque es posible que de cara a la taquilla, una comedia es más segura si el público encuentra algo de normalidad en la pantalla, pero eso no la hace mejor”.
Quien haya visto “Ocho apellidos vascos” podrá responder a la cuestión de qué camino ha elegido el director madrileño para construir su historia: ¿comedia de golpe y porrazo (“slapstick”)? o ¿comedia de personajes excéntricos y chiflados (“screwball”)? Creemos que estaría más cerca de esto último, aunque tampoco hace ascos a lo primero. Como dice el propio Martínez Lázaro “Es muy difícil ofrecer una definición exacta”.
Nos sorprende una cosa especialmente: que a sus 69 años sea capaz de rodar una comedia tan ágil y juvenil, pero al mismo tiempo capaz de entrometer en ella a un público que, seguramente, vincula a personas de entre 25 y 80 años. En otras palabras: una película para todos los públicos. Con un matiz: de esos tres millones de espectadores que la habían visto mientras escribíamos esto, un porcentaje muy alto –aunque no se ha hecho un estudio– estaría en la horquilla de los 50 años.
“Todas las buenas comedias tienen algo de “slapstick” y de “screwball” –asegura nuestro director refiriéndose a las de Woody Allen–, cada una con su estilo propio, una mezcla a partes desiguales, según los casos, de ironía, sátira, farsa, costumbrismo, vodevil y por supuesto “slapstick” y “screwball”, dos estilos que pertenecen casi exclusivamente al cine” (las reflexiones de Emilio Martínez Lázaro sobre la comedia de Hollywood fueron escritas para la revista AGR número 19, otoño de 2003, y las publicamos completas en nuestra sección de portada ESPECIALES).